¿Cuántas veces de niños nos han mandado a poner la mesa?
¿Cuantas veces lo hacemos casi automáticamente cuando la preparamos a diario? Entonces, sacamos los individuales que tenemos más a mano, la vajilla de siempre y la plasmamos casi sin pensarlo hasta terminar con lo que podríamos llamar, un trámite cotidiano.
La mesa es más que todo eso. Es mucho más que acomodar platos vasos y cubiertos en orden milimétrico; es mucho más que sentarse a comer o depositar sobre ella deliciosos manjares.
La mesa es el lugar que nos convoca, en la multitud de una familia o en la soledad de nuestras almas. Es el lugar que une y reúne y que se hace testigo silencioso de anécdotas, cuentos, lagrimas y risas.
Cuando pongamos la mesa, no pongamos simplemente objetos que nos van a facilitar la ingesta. Debemos poner pasión, amor, espíritu generoso y alma bondadosa. Piensen en cada lugar y quién lo va a ocupar. Prendan una vela, aten las servilletas con una cinta al tono o pongan un pequeño florerito aunque sea con una sola flor flotando. Cada detalle le va a dar vida, color, pero sobre todo la va a aportar la caricia de una mano amorosa que va a reflejar ni mas ni menos que el afecto que hay puesto en ella, en ese lugar que durante veinte minutos o dos horas nos mantendrá reunidos en perfecta comunión.
No guarden la vajilla especial para ocasiones especiales. Hagan que cada día se transforme en una ocasión especial para lucir y disfrutar de lo que tienen, con ustedes mismos. ¿Porqué sólo usar las cosas lindas o buenas cuando tenemos invitados? Usen, sean creativas, innovadoras; transformen para no aburrirse, combinen y disfruten de esta tarea cotidiana, porque más que poner la mesa, créanme, que estarán haciendo hogar y nutriendo en la memoria de los suyos, esos deliciosos momentos que se vivieron alrededor de la mesa.
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